LA PRESENTACIÓN

Un relato de la novela Mi luna de miel contigo

Sara emitió un suspiro complacido y se acurrucó un poco más entre los brazos de Javi.

—Mmm… —volvió a suspirar cuando él le acarició la espalda.

Acababan de hacer el amor, y todavía podía sentir los latidos acelerados del corazón de Javi contra su pecho.  

—¿Cuántas veces lo hemos hecho hoy?

—Esta es la tercera. A este paso acabarás conmigo, mujer.  

—No te quejes, que así te ayudo a mantenerte en forma —dijo Sara, dedicándole una mirada pilla—. Además, lo de la ducha te ha encantado.

—Es verdad —admitió Javi con su sonrisa descarada y traviesa—. Puedes hacerlo siempre que quieras.

Sara rio.

—Pero, lamento decirte que, aunque me encanta que te entretengas con mi cuerpo, el momento de enfrentarte a tus amigas ha llegado —dijo él.  

—¿Ya? —La sonrisa se esfumó del rostro de Sara.

—Ya.

Sara miró el reloj. Sí, la hora había llegado. Los nervios que había conseguido aplacar a base de llevarse a Javi a la cama regresaron de golpe.

—Voy a vomitar.

—¿De nervios o te encuentras mal? —preguntó Javi con cierta preocupación en la voz.

—Meteré la pata.

Javi suspiró y la obligó a tumbarse boca arriba. Primero le besó los labios, después el espacio entre los pechos y finalmente descendió hasta su vientre.

—Tu mami está teniendo un ataque de inseguridad —le dijo a la tripa—. No te preocupes, ya no le sucede demasiado a menudo.

Sara resopló, divertida, pero a la vez emocionada al ver a Javi hablar con el bebé que esperaban. Bueno, quizá era pronto para llamarlo bebé, porque debía de ser del tamaño de una uva. De lo que no había duda era de que él o ella comía lo nunca visto, porque Sara se pasaba el día muerta de hambre.  

—No quiero meterte en un lío —dijo, acariciando el cabello de Javi.

—No lo harás —dijo él, besando su tripa. Después, volvió a tumbarse a su lado—. Pero, suponiendo que lo hicieras, ya encontraríamos la manera de solucionarlo.

Se miraron a los ojos. El corazón de Sara se aceleró y se le puso la piel de gallina. Le pasaba prácticamente cada vez que miraba a Javi, cuando sentía que podría explotar de amor y felicidad, y cuando veía que esos ojos del color de la miel la miraban con adoración absoluta. Con el mismo amor que ella sentía por él.

Tan solo hacía unos días que se habían “reencontrado” y que Sara sabía que estaba embarazada (y que la habían ascendido en el trabajo), y desde entonces flotaba en una nube de felicidad constante.

Sin embargo, llevaba dos meses evitando descaradamente a Marina, Berta y Judith. Hasta ahora, sus amigas lo habían respetado. Pero hacía un par de días habían exigido verse las cuatro. Como si intuyeran que algo había cambiado.

Ya no podía posponerlo más.

Y, al pensar en verse con ellas, Sara se ponía al borde de la histeria, porque a parte de tener que comunicarles dos noticiones (el embarazo y Javi), también tenía que conseguir que no sospecharan absolutamente nada sobre el pasado de Javi. Y, conociendo a sus amigas, eso no iba a ser fácil.
Él depositó otro beso suave en sus labios.

—Todavía no me creo la suerte que tengo —dijo.

—Lo dices para hacerme sentir mejor.

—Lo digo muy en serio —afirmó Javi. Su mirada dejaba claro que Sara no podía ni atreverse a pensar en llevarle la contraria—. Y ahora tenemos que ponernos en marcha.

Sara suspiró y cogió la mano que Javi le tendía para ayudarla a levantarse. Cinco minutos después, estaban vestidos y Sara despedía a Javi en la puerta.

—En cuanto me envíes el mensaje, subiré —dijo él antes de darle otro beso y desaparecer escaleras abajo.

Sara aspiró aire con fuerza y dio una vuelta por el piso para comprobar que todo estuviera en orden. La cama de Adam estaba hecha y sin una sola arruga, obviamente. Javi y ella acababan de deshacer la suya y no le apetecía hacerla, así que se limitó a cerrar la puerta de su habitación. El salón estaba ordenado y la mesa ya estaba preparada con vasos, servilletas y las bandejas con los tres tipos diferentes de galletas que había preparado. La repostería no le gustaba especialmente, pero para ese encuentro le había parecido mejor preparar comida dulce. Mucho azúcar y mucho chocolate para ayudar con los pensamientos positivos. Ella, desde luego, iba a necesitarlo.

El timbre la sobresaltó.

Con el corazón martilleándole el pecho y las manos temblorosas, activó el portero automático y esperó junto a la puerta. Dos minutos después, que transcurrieron demasiado rápido, escuchó pasos en el rellano. Sara forzó una sonrisa y abrió la puerta. Allí estaban Marina y Judith.

—Empezaba a creer que eras un producto de mi imaginación —dijo Marina en cuanto la vio.

Judith no dijo nada y observó a Sara.

—A ver si utilizas tu olfato de periodista, Marina —dijo finalmente—. ¿No ves que está histérica?

Sara borró la sonrisa de su cara. Fingir era inútil. Y además, aunque no lo hubieran dicho directamente, conocía a sus amigas y sabía que estaban enfadadas. No podía culparlas.

—Lo siento —dijo—. No estaba en condiciones de ver a nadie.

Marina y Judith se quedaron mirándola, algo sorprendidas.

—Adam tiene razón. Está distinta —dijo Judith a Marina. Ésta asintió.

—¿Qué tiene Adam que ver con esto? —preguntó Sara con el ceño fruncido.

Sus amigas sonrieron.

—Nos alegramos mucho —dijo Judith.

Marina dio un beso a Sara en la mejilla y las dos caminaron hacia el salón. Sara las siguió.

—¿Qué tiene que ver Adam con esto? —insistió—. ¿Y dónde está Berta?  

Marina resopló.

—Sara, ¿de verdad crees que te habríamos permitido pasar de nosotras durante dos meses si Adam no hubiera ido informando a Judith de cómo estabas? —dijo.

—En realidad, incluso él andaba un poco perdido. Pero tenía claro que necesitaba que te dejáramos en paz —explicó Judith—. Hasta que el otro día me dijo que había pasado algo y que teníamos que hablar contigo.

Ahora la que resopló fue Sara. Ella creyendo que sus amigas habían intuido que algo pasaba y resulta que tenía un espía en casa.

—Enhorabuena por tu ascenso, por cierto —añadió Judith.

—¿Adam os ha contado lo del ascenso? —dijo Sara, molesta porque le había chafado la buena noticia—. Se va a enterar.

Judith y Marina volvieron a mirarla sorprendidas, aunque con una pequeña sonrisa en los labios.

—Es la primera muestra de mala leche que te veo en… —dijo Judith.

—Es la primera, a secas —añadió Marina.

—Tengo que pediros un favor. Yo ya llevo semanas analizándome a mí misma, así que no lo hagáis vosotras también, ¿vale? Me agota.

Sus amigas rieron por debajo de la nariz y asintieron. Entonces Judith se fijó en la mesa y se quedó paralizada.

—¿Has hecho galletas?

—¿Galletas? —repitió Marina, primero mirando las galletas y después a Sara—. Sara, ¿qué está pasando?

—Tienen un pinta estupenda —murmuró Judith.

—¿Sara? —insistió Marina.

—¿Qué os apetece beber? Tengo agua, leche, zumo de manzana y de melocotón… También cerveza —dijo Sara, dirigiéndose a la cocina, con la esperanza de desviar la atención sobre sí misma—. ¿Y sabéis dónde está Berta?

—No. Es raro que se retrase —contestó Marina.

Como si las hubiera escuchado, el timbre sonó en ese momento. Mientras Sara optaba por sacar a la mesa el agua, la leche y los dos zumos, Marina abrió la puerta de la calle. Un par de minutos después, Sara estaba explicando de qué era cada galleta cuando Berta entró en el salón.
Su amiga venía hecha un mar de lágrimas.

—Berta, ¿qué pasa? —preguntó Judith en cuanto la vieron.  

Berta dejó caer el bolso y la chaqueta al suelo.

—Martín me ha dejado —consiguió decir antes de empezar a sollozar con desconsuelo.

—¿Que qué? —preguntó Judith mientras todas se acercaban a Berta.

—Pero eso no es lo peor… Dice… dice que… —Berta se esforzaba por hablar, pero el llanto le ponía las cosas francamente difíciles—. Dice que me va a dar la… la custodia total de los niños y que… y que… y que no piensa pagar ninguna pensión. De hecho ha… ha encontrado un trabajo en… en… en… ¡Australia! ¡Y se va dentro de dos semanas!

Sara escuchaba a Berta boquiabierta, literalmente. Marina y Judith debían de estar tan consternadas como ella, porque habían enmudecido.

—Menudo hijo de puta —consiguió decir Sara finalmente. No encontraba otras palabras para expresarlo.

Marina y Judith la miraron con los ojos muy abiertos. Berta incluso paró de llorar y se la quedó mirando con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa? No hay otra manera de definirlo.

—¡Tienes razón! —estalló Berta—. ¡Es un hijo de puta! Hacía tiempo que nosotros no estábamos bien, ¿pero renunciar así a sus propios hijos? ¿Cómo se puede ser tan… tan… ¡Maldito cabronazo, espero que se muera!

Después, se echó a llorar desconsoladamente otra vez. Judith corrió a abrazarla, mientras Sara intercambiaba una mirada con Marina. Todas sabían que la relación entre Berta y Martín no funcionaba y que era cuestión de tiempo que se separaran. De hecho, a Sara nunca le había gustado demasiado Martín, pero no había dicho nada porque, hasta hacía muy poco, procuraba guardarse para sí cualquier opinión que pudiera generar conflicto.

Fuese como fuese, y por más que Martín nunca le hubiese caído bien y le hubiese parecido un desastre de marido y padre, Sara nunca le habría imaginado capaz de renunciar a sus hijos.

Un pensamiento cruzó por su cabeza: en realidad, Martín estaba haciendo un favor a Berta. Así en el futuro no tendría que lidiar con él. Pero se abstuvo de decirlo en voz alta, porque no era lo que Berta necesitaba escuchar en esos momentos.

—¿Dónde están los niños? —preguntó en cambio.

—Con mis padres. Todavía no saben nada y… y… Martín es capaz de irse sin despedirse de los niños y… Algo así los puede afectar mucho y… ay, Dios mío, ¿qué voy a hacer?

Sara se mordió el labio. Su padre también los había abandonado, sin mirar atrás, cuando ella era pequeña. Había sido devastador para su madre, y ahora era consciente de hasta qué punto le había afectado a ella también. Pero también sabía que, si hubiera tenido el apoyo de su madre, el abandono de su padre no la habría marcado tanto.

—¿Estás bien? —El susurro de Marina la sacó de su ensimismamiento. Todas sabían lo que había sucedido en su familia y que la situación de Berta era muy parecida.

Sara asintió a Marina. Después, guio a Berta hasta el sofá y se sentó junto a ella, sujetando su mano entre las suyas.

—Berta, tus hijos tienen una madre maravillosa que los apoya en todo momento. Eso es lo más importante. Estarán bien, no tengo ninguna duda.

Su amiga mezcló un suspiro con un sollozo.

—Gracias, Sara —susurró.

—Y sabes que tus padres te ayudarán todo lo que haga falta. Y nosotras también. Sabes que puedes contar con nosotras, ¿verdad? No estarás sola —añadió Sara.

Berta asintió.

—Para empezar, puedo ayudarte preparándote algo para beber. ¿Qué quieres que te traiga? —ofreció.

—Whisky, por favor —dijo Berta con un deje de desesperación en la voz.

—Marchando un whisky. ¿Alguien más?

Marina y Judith negaron con la cabeza. Mientras servía la bebida, Sara aprovechó para enviar un mensaje a Javi explicándole rápidamente lo sucedido y que tardaría en avisarlo más de lo previsto.

Durante un buen rato, se centraron exclusivamente en Berta. Su amiga volvió a llorar varias veces más. Entre las cuatro pusieron a parir a Martín.

También empezaron a hablar con Berta sobre cómo afrontar la situación con los niños y cómo podría organizarse en el día a día, para que viera que podría salir adelante.

—Creo que me he quedado sin lágrimas —dijo Berta de repente—. Por ahora.

Entonces se fijó en la mesa.

—Sara, ¿has preparado galletas? —preguntó, extrañada.

—¿Queréis probarlas?

—Me sentará bien comer un montón de chocolate —dijo Berta, mirando los dulces con mucho interés. Hacía rato que la copa de whisky había quedado vacía.

—Nos sentará bien a todas —añadió Judith.

Se sentaron alrededor de la mesa, se sirvieron leche o zumo, y probaron las galletas.

—Qué ricas están —dijo Berta, dedicando una sonrisa a Sara.

Marina no fue tan amable. Mordió una galleta y, sin saborearla, espetó:

—Sara, desembucha. Ya.

Berta dio un golpecito a Marina en el brazo.

—No seas bruta —le recriminó. Después, miró a Sara—. ¿Cómo estás? Tienes a Adam preocupado.

—También algo desconcertado —añadió Judith.

Sara suspiró. Había llegado el momento. Los nervios regresaron.

—Bueno… Ya sabéis que cuando sucedió lo de Hugo me quedé… en fin, hecha polvo —dijo—. Pero hay algo que no os conté.

Esas últimas palabras consiguieron que tres pares de cejas se fruncieran al unísono.

—Al cabo de unos días, me di cuenta de que no echaba de menos a Hugo —confesó.

Ahora los tres pares de cejas se arquearon.

—Más adelante, me di cuenta de que la relación se había desgastado sin que fuésemos conscientes de ello. Estábamos cómodos, nos apreciábamos, la rutina era fácil pero… ya no nos queríamos. No como al principio.

—Joder —dijo Marina.

Al parecer, ninguna de sus amigas se había dado cuenta de ello, porque todas lucían la misma expresión sorprendida.

—Así que, en lo que respecta a Hugo, estoy bien. De verdad —dijo con una sonrisa—. Bueno, en realidad, en ese aspecto y en todos estoy muy bien.

Ni Berta, ni Judith, ni Marina consiguieron esconder cierto escepticismo.

—¿De verdad? —dijo Judith—. ¿No puede ser que te lo digas porq…

Sara la interrumpió. Tenía que soltarlo. Ya.

—Estoy embarazada.

Tendría que haber previsto que esas dos simples palabras provocarían tal efecto. Marina se atragantó con el zumo y se le salió por la nariz. Berta se atragantó con la galleta que estaba comiendo. Y Judith se medio cayó de la silla. Cuando consiguieron recomponerse, la miraron horrorizadas. Sara, sin embargo, sonreía.

—¿Y qué ha dicho Hugo? —preguntó Judith.

—No es de Hugo. Solo estoy de dos meses.

Sara casi pudo ver como una ola de conmoción se arremolinaba alrededor de sus amigas y las golpeaba.

—Madre del amor hermoso —musitó Judith—. ¿Es de Sebastián?

Durante unos instantes, Sara no supo a quién se refería Judith. Al fin, lo comprendió.

—¿Sebastián? ¿Mi jefe? —preguntó, entre extrañada y escandalizada—. ¿De dónde has sacado esa idea?

Judith se encogió de hombros, pero no llegó a decir nada porque Marina se avanzó.

—¿Dos meses? —preguntó. Sara podía imaginar los engranajes del cerebro de su amiga funcionando a toda velocidad. Atando cabos—. Hace dos meses estabas en… ¡Joder, Sara, te dimos una caja de preservativos por algo!

Sara sonrió un poco más.

—Estoy saliendo con el padre del bebé.

Al escuchar estas palabras, Judith se llevó una mano a la frente, Marina se frotó los ojos como si tuviera un repentino dolor de cabeza y Berta se echó a reír.

—¡Menudo día! —dijo Berta.

—Todavía hay más —advirtió Sara—. Es el ex de Laura, la chica con la que está Hugo.

La risa de Berta se interrumpió bruscamente con una especie de hipido ahogado. De nuevo, las tres la miraron conmocionadas.

—¿Te refieres a la chica que secuestraron junto a Hugo? —preguntó Marina con cierta agresividad. Se estaba enfadando.

—La misma.

—¿Hugo está saliendo con ella? No lo sabía —intervino Berta, aunque cerró la boca cuando Marina la fulminó con la mirada.

—A ver si lo entiendo —prosiguió Marina—. Si Hugo está saliendo con ella quiere decir que te dejó por su culpa. Es decir, ¿Hugo te abandonó por esa tía y tú te has liado y quedado embarazada del ex de la mujer por la que te plantaron en el altar?

—Esa frase es un poco rebuscada… Perdón —dijo Sara cuando vio que Marina apretaba los dientes. Eso nunca era buena señal—. Sé que no suena muy bien, pero sí, así es.

Sus amigas se quedaron en silencio, porque se habían quedado sin palabras.

Sara ya había imaginado que sucedería. Las conocía, y era consciente de lo extraña que era la situación.

—Nos encontramos en Providenciales. Fue una casualidad —explicó Sara.

—Y una cosa llevó a la otra y os pareció buena idea formar una familia de rebotados, ¿no? —espetó Marina.

—Marina… —dijo Judith con suavidad.

—Normal que Adam esté preocupado —comentó Berta.

—No voy a negarte que el embarazo no estaba previsto —admitió Sara, sacándose el teléfono del bolsillo—. Quiero que lo conozcáis.

—Creo que no es una buena idea —dijo Marina.

—Yo creo que sí —dijo Sara, mientras enviaba un mensaje a Javi. Después, miró a sus amigas. Sabía que reaccionaban así porque se preocupaban por ella. También sabía que necesitarían un tiempo para aceptar la situación y verlo claro. En ese sentido, estaba tranquila. Solo necesitaban tiempo y verlo con sus propios ojos. Les dedicó una sonrisa sincera—. Estoy feliz. Muy feliz.

Ellas la miraron. Y algo debieron de ver, porque incluso el enfado de Marina pareció disiparse.

—Es cierto, estás feliz.

Sus tres amigas se miraron. No sabían qué pensar.

El timbre sonó.

—Disculpad —dijo Sara, y se levantó para ir a abrir la puerta.

Mientras esperaba que Javi subiera en el ascensor, Sara empezó a ponerse nerviosa de verdad. Ahora llegaba la parte peligrosa. Por encima de todo, temía a Marina.

Cuando Javi entró en el piso, la estrechó entre sus brazos y la besó como si hiciera meses que no se veían.

—Hola —dijo él cuando se decidió a abandonar sus labios.

—¿Te has aburrido mucho? Has tenido que esperar un buen rato.

—Ha estado bien, me he dedicado a recordar lo de la ducha —dijo él con su sonrisa traviesa—. Oh, te has sonrojado un poco.

—No me he sonrojado.

—Sí que lo has hecho. Me encanta —dijo él, mordisqueándole el lóbulo de la oreja.

Sara se esforzó por ignorar el excitante cosquilleo e intentó apartar a Javi, pero él la tenía demasiado bien sujeta.

—Oye, que nos están esperando en el salón.

—Seguro que no les importa esperar cinco minutitos.

—¿En serio? ¿Ya estás listo para otro asalto?

Javi se irguió repentinamente.

—No. Me has dejado seco —admitió, arrancándole una carcajada a Sara—. ¿Cómo ha ido por aquí?

—Por el momento, como esperaba. No lo ven claro. Pero ahora llega lo difícil de verdad.

—No es tan difícil, mujer. Venga, vamos.

Sara cogió la mano que Javi le tendía y caminaron hacia el salón. Sus amigas seguían sentadas, pero, al entrar ellos, se levantaron.

—Marina, Berta, Judith, os presento a Javi. Javi Sánchez —dijo Sara, maravillándose de que no le temblara la voz cuando pronunció el apellido de la identidad falsa de Javi.

—Hola —saludó Javi.

Ellas no contestaron. Las tres habían detectado algo… extraño.

Sara pudo ver en sus rostros el momento exacto en el que reconocían a Javi.

—Ay, madre —farfulló Berta.

—¿Tú eres el ex de la tal Laura? —dijo Judith.
—Eres el Javi de… —empezó a decir Marina. Aunque dejó la frase en el aire, era fácil imaginar lo que venía detrás: el Javi de ese verano de doce años atrás, el Javi que rompió el corazón a Sara, el que la dejó embarazada y por el que ella se deprimió.

Desde luego, Sara no podía negar que los antecedentes no jugaban a su favor. Y, tal y como había previsto, mientras que Berta y Judith eran prudentes antes de llegar a ninguna conclusión, Marina ya tenía clara su opinión. Y no era positiva.

—Me alegra volver a veros —dijo Javi a sus amigas.

—Pues no sé qué decirte —espetó Marina.

—Somos conscientes de lo inusual que es la situación —dijo Javi, muy tranquilo.

Marina se plantó ante Javi, nada intimidada por su altura, y lo miró fijamente.

—Te recordaba con acento del sur.

El estómago de Sara se encogió por los nervios, pero procuró poner cara de no saber a qué se refería Marina. Javi fingió a la perfección estar un poco extrañado.

—Mis padres son de Madrid y yo nací allí. En el sur vivimos solo algunos años —explicó con toda la naturalidad del mundo—. ¿Nos sentamos? Así podremos hablar tranquilamente.

Mientras se sentaban, Sara observó a Marina de reojo. De nuevo, podía ver los engranajes de su cabeza funcionando a toda velocidad. Por su expresión, parecía que algo no le encajaba pero que no estaba segura de qué se trataba.  

—¿Y te llamabas Sánchez? Me sonaba un apellido más largo —dijo Marina.

Sara se tensó. Con toda naturalidad, mientras ponía cara de no saber de qué le hablaban, Javi cogió la mano de Sara y se la acarició. El gesto la calmó de inmediato.

—Que yo sepa, siempre he sido un Sánchez. Pero cada día se aprende algo nuevo —dijo Javi con descarada simpatía.

Berta y Judith sonrieron. Marina seguía con el ceño fruncido. Sin embargo, debió de concluir que no recordaba bien algunos detalles de ese verano, porque se relajó un poco. Un poco.

A Sara no le gustaba tener que mentir así a sus amigas. El problema era que, si les hablaban del verdadero apellido de Javi y de su cambio de acento, inevitablemente tendrían que explicar a qué se debían esos cambios. Entonces el pasado de Javi y sus padres saldría a relucir y… en fin, aunque Sara confiaría su vida a Marina, Berta y Judith, contarles la verdad ampliaría demasiado el círculo de personas que conocían los secretos de Javi. Y eso era peligroso.

—Entonces, ¿ahora vives aquí? —preguntó Marina a Javi.

—Sí, desde hace algunos años.

—Marina, no empieces uno de tus interrogatorios —dijo Berta. Al parecer, los noticiones de Sara la habían ayudado a olvidarse durante un rato de sus propios problemas y permitió que su lado romántico empedernido tomara el control—. Contadnos qué pasó en Providenciales.
Sara les dedicó una sonrisa nerviosa que esperó que pasara por timidez.

—Bueno, pues os podéis imaginar la cara que se nos quedó cuando nos encontramos allí —dijo—. Pero como los dos estábamos solos decidimos hacer cosas juntos y bueno…

—Yo me di cuenta de que en su momento fui un estúpido. Y un gilipollas —confesó Javi.

Sara vio que, con ese comentario, Javi se metió en el bolsillo a Judith y Berta.

—Bueno, al menos lo admites —fue la reacción de Marina.  

—Sí —sonrió Javi, muy poco afectado por la desconfianza de Marina.

—Pero hay algo que no entiendo. Sara, ¿por qué no nos lo contaste en su momento?

Sara se removió en la silla, fingiendo arrepentimiento.

—Lo siento, es que… Cuando se lo conté a Adam intentó comprarme un billete para que regresara a casa al instante, y supuse que con vosotras me pasaría lo mismo. No os lo toméis mal, por favor. Esos días no tenía energías para discutir demasiado.

—Aunque la cosa mejoró pronto —dijo Javi, sonriendo con picardía y guiñándole un ojo.

Sara enrojeció y le propinó un pequeño manotazo recriminatorio. Berta y Judith rieron, e incluso Marina sonrió un poco. Ya casi la tenían en el bolsillo.

—Y hablando de Adam… ¿Cómo se lo ha tomado? —preguntó Judith.

Sara resopló, recordando la conversación con su hermano.

—Tan mal, ¿eh?

En realidad, había sido más fácil que esta conversación. Estaba tan enfadado y desconcertado que no atendía a demasiadas razones, así que Sara se había limitado a decir “Nos encontramos por casualidad y nos enamoramos”. Además, a él no había tenido que darle ciertas explicaciones sobre Javi: Sara nunca había confesado a su hermano el nombre del chico de ese verano; ni siquiera había visto una foto.

—Tenemos que pediros un favor importante —dijo Sara—. Adam solo sabe lo de Providenciales. No le hemos contado que Javi y yo ya nos conocíamos de antes. No le digáis nada, ¿de acuerdo?

Sus tres amigas asintieron sin dudar.

—Es lo más prudente, sí —comentó Berta.

Después, reinó el silencio. Judith, Berta y Marina los observaban, pensativas. Seguramente, todavía consternadas. Sin embargo, al fin Berta y Judith sonrieron con franqueza. Marina también un poco.  

—Bueno, pues enhorabuena, pareja —dijo Judith—. Me alegro mucho por vosotros.

—Yo también… Me alegra ver que al menos hay alguien que es feliz… —dijo Berta, y se echó a llorar desconsoladamente.

Hubo un momento caótico de abrazos y besos de felicitaciones y de consuelo a Berta, que acabó maldiciendo los huesos de Martín otra vez y anunciando que tenía que irse, porque sus padres (y sus hijos) todavía no sabían nada de la ruptura con Martín. Solo de pensar en explicárselo, se echó a llorar otra vez.

—Iré contigo, ¿vale? —se ofreció Judith.

—Gracias…

Mientras Berta se tranquilizaba un poco, Sara, Marina y Javi empezaron a recoger la mesa. Marina aprovechó que se quedaron solas en la cocina para acercarse a ella. Parecía inquieta.

—Sara… No quiero que pienses que no me alegro por ti —dijo—. Es que…

—Te preocupas por mí —la ayudó Sara—. Ya lo sé. Y también sé que es todo muy raro. Pero está todo bien, de verdad. Hacía mucho que no me sentía tan bien. Estoy feliz.

Al fin, Marina dejó todos sus reparos a un lado. La abrazó con fuerza.

—No me lo puedo creer, ¡vas a ser mami!

—Si yo no me pasara el día comiendo, tampoco me lo creería.

Marina rio.

—Bueno, tenemos que quedar otro día, pronto, para que nos cuentes todos los detalles del embarazo.

—Ni siquiera he ido al médico. Voy a finales de la semana que viene.

—Pues nos veremos el día siguiente.

Javi entró en la cocina cargado con varios vasos. Marina se apoyó contra la encimera y los miró.

—¿Y ya tenéis planes de convivencia? Porque cuidar de un bebé estando cada uno en su casa no va a ser fácil…

Sara y Javi intercambiaron una mirada cómplice.

—Algo hemos empezado a hablar —confesó Sara—. Pero vamos a tomárnoslo con calma. Además, Javi tiene que pensar en buscar trabajo, porque se quedó en el paro hace unos días.

—Vaya. ¿Qué pasó? —se interesó Marina.

—Me echaron por mal comportamiento —soltó Javi, tan feliz.

—¡Javi! No se lo puedes contar así, ¿qué va a pensar de ti? —le recriminó Sara.

—Pues va a pensar que me hicieron un favor. Porque me atrae la idea de estar una temporada sin trabajar para cuidar de ti y del bebé —dijo Javi, acercándose a ella y mirándola a los ojos.

Sara lo miró, muy sorprendida.

—¿Lo dices en serio?

—Puedo permitírmelo. Y me apetece mucho.

Sara sonrió como una bobalicona.

—Tengo la sensación de que sobro —bromeó Marina.

Antes de que pudieran decir nada más, escucharon la puerta del piso abrirse y cerrarse. Marina puso los ojos en blanco.

—El que faltaba —farfulló.

Un momento después, Adam apareció en la puerta de la cocina. Su expresión de buen humor desapareció cuando vio a Javi.

—Hola, Adam —saludaron Sara y Javi, ignorando su mala cara.

Marina no saludó, para variar. Se mantuvo apoyada contra la encimera, de espaldas a Adam.

—Sara. Javi —dijo Adam.

—Me alegra estar de espaldas para no verte, Adam —dijo Marina.

—Ah, Marina, estás ahí. No te había visto —dijo Adam sin asomo de humor antes de desaparecer en dirección al salón.

Sara no se sorprendió ante ese feo intercambio de palabras. Ya estaba acostumbrada. Hacía mucho tiempo que Adam y Marina no se llevaban demasiado bien. Procuraban coincidir poco, pero cuando lo hacían, no se privaban de regalarse palabras malhumoradas.

Sin embargo, lo que sí la sorprendió fueron las dos miradas que Adam dedicó al trasero de Marina. La primera le había parecido casualidad, porque Adam siempre que llegaba a un lugar lo escaneaba todo con la mirada. Pero la segunda había ido directa allí. Sin dudar.

Sara frunció el ceño, extrañada. Físicamente, Marina no era el tipo de mujer que gustaba a Adam. Sara quería a su hermano con locura, pero había algo con lo que siempre la había decepcionado: su gusto por las mujeres, porque era un topicazo andante. Era un ligón de mucho cuidado con predilección por las mujeres con cuerpo de modelo. O de casi modelo. Altas, delgadas, en forma. Desgraciadamente, la gran mayoría estaban tan preocupadas por su aspecto que poco más tenían que contar. Adam nunca se había fijado en chicas con algo de sobrepeso como Marina.  

—Bueno, yo me voy. También acompañaré a Berta. Creo que será mejor que esta noche la ayudemos un poco.

La voz de Marina la apartó de sus pensamientos sobre Adam. Pensó que seguramente estaba sacando las cosas de quicio y al instante se olvidó del tema.

—Yo también puedo ir —se ofreció.

—Ya irás mañana. Vosotros dos aprovechad la noche, tortolitos —dijo Marina con una sonrisa pilla mientras salía de la cocina.

—Qué burra eres —rio Sara.

—Pues yo creo que el plan suena bien —dijo Javi, aferrándole el trasero—. ¿Te vienes a mi casa?

—Sí, por favor. Es sábado, Adam saldrá y seguro que se traerá al ligue de turno, y ya he sufrido suficientes noches de pesadilla escuchando gemidos hasta el amanecer —dijo Sara.

Javi se inclinó y volvió a mordisquearle el lóbulo de la oreja. Sara se estremeció.  

—Yo sí que quiero hacerte gemir hasta el amanecer —susurró Javi.

Sara suspiró, sintiendo pequeños espasmos de placer en cada parte sensible de su cuerpo.

—Ay, madre —murmuró—. Creía que te había dejado seco.

—De aquí a que lleguemos a casa me habré recuperado. Vámonos ya.

La cogió de la mano y tiró de ella. Sara rio. En el pasillo, casi chocaron con Judith, que salía del baño.  

—Por cierto, ¿sabes que al principio Judith ha pensado que me había liado con Sebastián? Y que el bebé era suyo—explicó Sara a Javi. Menuda locura.
Judith le dedicó una sonrisa de circunstancias.

—¿Tu jefe? —dijo Javi—. Bueno, no me sorprende que lo pensara.

Ante esas palabras, Sara sí que se sorprendió.

—¿Y eso? —preguntó.

Antes de contestar, Javi la estudió con la mirada. Finalmente sus labios se torcieron en una media sonrisa, como si pensara que era una ingenua sin remedio.

—Está enamorado de ti, cariño.

—¿Verdad? Yo también lo creo —se apresuró a decir Judith.

Sara se quedó petrificada y enrojeció hasta la raíz de los cabellos.

—¿Qué decís? ¿Os habéis vuelto locos? Además, Javi, tú solo hablaste ayer un minuto con él y porque nos encontramos por casualidad.

—Ya, pero es bastante evidente. Por cómo te mira —dijo Javi.

—Te mira con ojitos —añadió Judith.

Sara se quedó sin palabras.

—Que os den. Voy a fingir que no he escuchado nada —espetó finalmente.

—Oye, que no es culpa nuestra —se defendió Judith.

—Eso. Además, olvídalo. Tú y yo nos íbamos —dijo Javi, tirando de ella.

—Bueno, pero antes te invito a cenar. Estoy muerta de hambre —dijo Sara.

Javi la miró con asombro.

—¿Otra vez? ¡Pero si hemos comido tarde y tú has comido más que yo! ¿Y no has comido galletas?

—Un montón —dijo Judith, alejándose por el pasillo.  

—Ya, pero tengo hambre otra vez —dijo Sara, encogiéndose de hombros.

Javi suspiró.

—Este bebé nos va a arruinar —dijo.

Pero lo dijo con una sonrisa en los labios.

Sara también sonrió, y esos ojos del color de la miel la atraparon. La miraban con tanto amor, tanto deseo… que su nube de felicidad se hizo un poco más grande.


La presentación © Emma Colt, 2018


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